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Derecho de admisión

Un relato tan veraz como ficcionado, tan mío como de todos.
Escrito por Cecilia Rodriguez @cero_arteabstracto
Ilustrado por Maru Samuilov @marusamuilov

Dedicado a Liliana Levin y Romina Kolsky

Leí por ahí entre páginas roídas por la historia…. “Sólo conociendo a la gente se puede tener el placer de huir de ella”.

Absorta en ese pensamiento resonaba en mi mente un cúmulo de experiencias vividas. Unas propias y otras ajenas…, pero no por eso menos cercanas o indiferentes para mi.
De adulta puedo elegir, me dije. Los amigos, los conocidos, la pareja, consciente de por qué están en mi vida y qué me hace alejarlos o alejarme de ser necesario.
De adulta pude aprender que si alguien no te valora, ni te quiere, ni la empatía ejerce cuando la vida te atraviesa, no merece estar a mi lado ni es sano insistir para que lo haga.
De adulta puedo elegir, me repetí, ante los profesionales de la salud que atienden con respeto y ética ejerciendo su sapiencia médica, sin dejar por eso, una u otra en el camino.
De adulta pude aprender que mi cuerpo habla de mi vida y mis elecciones, de mi ser y mis posibilidades y no hay humano que tenga permiso para faltarle el respeto, ni maltratarlo.
De adulta puedo decidir, cómo y con qué me visto y qué parte de mi, muestro o tapo, sin etiquetas, juicios y prejuicios…
La lista de lo aprehendido, experiencia mediante, es larga, pero me dí el permiso de susurrarle a mi alma, como si le hablará abrazándola con la convicción de mis palabras, convertidas en hechos.
Si, hechos.
Porque una vez que separé la paja del trigo y limpié de maleza, el campo que habita entre mi corazón y mi alma fue tierra fértil para seguir sembrando y empezar de nuevo… Necesitaba cosechar de mi siembra nuevas flores y frutos.
De adulta pude y puedo y seguiré siendo hacedora de mi eterno presente. Y para eso, hay y hubo gente que dedicó su tiempo, trabajo, sabiduría, amorosa escucha y empatía, para que suceda. Familia, amigos, profesionales, conocidos circunstanciales, algunos de ellos o todos juntos, nos ayudan a transitar ese camino en un fino equilibrio que se da cuando ellos quieren y pueden hacerlo y nosotros los dejamos. Hay un tiempo de madurez propio y ajeno para cada vivencia y eso, también debemos aprender a respetarlo.
Cada uno y a su manera, circunstancias mediante, pasaron un lapso breve con nosotros u otros, están a la distancia de un llamado y algunos, aún van caminando a nuestro lado. Probablemente unos menos estarán toda la vida, pero a todos les estoy agradecida por su paso en mi existencia.
Quizás para muchos es una frivolidad comprar ropa. Un acto tan diario y necesario como es vestirnos puede ser visto desde muchos ángulos: disfrutado y padecido al mismo tiempo, dependiendo de quien lo viva. Partiendo de que si salgo desnuda a la calle voy presa, entiendo a la vestimenta como una necesidad básica para vivir en sociedad. y a partir de este acto, que debería ser natural para todos, las subjetividades fluyen acorde a la mirada de quien le plazca etiquetarte.
Haciendo una nota para esta revista, sobre la ética y estética de los cuerpos y la ley de talles que aún transita un “veremos” en el trecho entre su creación y el cómo hacerla realidad nacional y concreta en el mercado…., y hablando, de la diversidad de las formas del cuerpo, en las distintas etapas de nuestra vida como mujeres, escuché comentarios como: “Cuando entro a un negocio corro el riesgo de salir expelida por una vendedora que poco sabe del daño que es capaz de hacer con su gesto, su mirada, o una frase desafortunada…”
Y me quedé pensando que ese mal trago no se va fácil pero la paz que te da ubicar, a los que corresponde, llamando a las cosas por su nombre y poniendo límites donde no deben ser pasados por alto, no tiene precio.
Y esto también lo digo por mí, porque en la vida me tocó ponerle los puntos en muchos ámbitos a seres humanos y a otros que no parecían serlo….
Es en ese instante cuando la autoestima deja de ser una palabra que oscila pendularmente entre las sesiones con el psicólogo o los libros de autoayuda y empieza a acariciarte la existencia con una palmadita en la espalda que te dice: “Esta vez, no te comiste el dolor que te horadaría por dentro con el tiempo”, y empecé a sanar de adentro hacia afuera y viceversa.

Tanta vivencia, propia y ajena, en circunstancias, donde ser “diferente” a lo socialmente establecido como normalidad, asegura la huella de una herida producida cuando los agresores, conscientes o no, con premeditación o sin intención, bajo el disfraz de la burla o de una humorada, la hacen sangrar a diario sin dejarla cicatrizar.
Gota a gota te llevan a un punto de hastío donde ponerlos en su lugar es el camino más sano. No hacerlo es dejar que te destruyan por dentro y hacerlo es empezar a sentir la paz que te dan las buenas decisiones. Me ha pasado. Y cuando lo logré, me dije, como quien habla bajito con su alma: Bendita sea “la vereda de enfrente” donde habitan los destratos en todas sus formas…

Miré mi entorno, como quien marca territorio con su mirada y armé mi “vereda interior». Vereda donde pisan mis pasos, inquietos o cansados, donde siempre, más allá del ritmo de cada quien, transitan aquellos que elijo que allí estén…
En ese cándido lugar, tengo mis derechos enraizados en las baldosas y disfruto poder elegir que sólo lo pisan los que somos capaces de ir compartiendo el afecto recíproco y la autenticidad que nos habita.
En la vereda de enfrente circularán los progenitores de las diferencias asediadas por las incapacidades humanas que se resisten a dejar de lado su prepotencia y soberbia y quienes se limpian, una y otra vez las manos, ensangrentadas de tanto herir los corazones golpe a golpe, mentira a mentira, traición a traición, destrato a destrato…
En mi vereda las diferencias se abrazan, se contienen desde el respeto, la escucha activa y la palabra reflexiva, perfumando el diálogo cotidiano. Y entre nosotras, la sororidad deja de ser una palabra del momento, para pasar a ser un grito de victoria como el que conocí en una diseñadora de moda el día que, como quien levanta una copa por el triunfo, gritó feliz por haber llegado a vestir con sus diseños y molderias a mujeres reales entre 65 y 200 kilos, fruto de un esfuerzo faraónico, pagando probablemente una deuda personal y evitando así, el dolor de muchas mujeres que transitan la vivencia de los cambios de su cuerpo, que por diferentes razones oscilan desde un gusto a una elección, a cambios físicos por salud, pasando por las modificaciones naturales que toda mujer atraviesa desde su nacimiento hasta el último día de su vida.

 

 

Este es el instante en que ocurre el milagro de la amistad, del amor, del acompañar genuinamente al prójimo y que nos envuelve en el abrazo, mientras vamos compartiendo la vida que nos sostiene al unísono.
Tiempo después conocí a la precursora, el alma mater que entre puntada y puntada y con exquisita moldería mediante, logra que una mujer que usa un conocido talle L, “large” o XL, “extra large” en cualquier lado, pueda vestirse con sus diseños en el mismo local donde puede hacerlo otra, a la que el talle 14 le abriga los fríos invernales con la misma campera o le ofrece una malla para disfrutar de merecidas vacaciones….
Ambas prendas son soñadas, creadas y realizadas por ellas.

 

Este es el exquisito momento donde tu vereda hace resonancia con las de mujeres como éstas que son argentinas y que acercan sus creaciones a todas las provincias, y que bajo un gran trabajo estadístico, resultan ser las únicas que brindan esta posibilidad, gracias al estudio realizado con 200 clientas de todo el país, lograron establecer las medidas, tallas y proporciones para conseguir una misma prenda en 14 talles sin por ello perder diseño y calidad.
Aún hoy, no tienen competencia alguna pues, nadie logró este objetivo, contundente, real y necesario de temporada en temporada.
Intentaron copiarlas y ni siquiera así lograron acercarse a sus talones. Modelos similares y un par de talles más, fue el máximo logro del robo. Parece de película…, pero no lo es. Y aún hoy, en el sonar rítmico de sus talleres, poseen el honor de la joya preciosa de haber cumplido el objetivo propuesto.
He investigado si la indumentaria masculina corrió con la misma suerte pero no he encontrado dato alguno que se iguale. Y a la hora de hablar de igualdad de género creo que sería justo que ocurriera pronto.
En el entramado del vínculo que se gesta, y hace de la empatía una escucha activa en un vestidor, abrazando diferencias, sin perder la belleza de la propia identidad, ellas nos miran y nos van viendo, como piedras preciosas, las individualidades que nos caracterizan…
Estas situaciones son las que valen la pena ser vividas, contadas, compartidas y valoradas porque nuestras cualidades forman parte de la idiosincrasia de nuestro país, de la cultura donde nuestras raíces se arraigan, donde acompañar a tu gente es parte del ir conociéndola y respetándola, sin dar lugar a ningún tipo de violencia.
Ahora sí…, al que no pueda respetar al otro sólo le recordaré que: ¡en la vereda de enfrente siempre tiene un lugarcito!

Y desde mi vereda, los invito a que cada uno construya unos metros de la suya, haciendo juntos, una gran ruta donde conservemos el derecho de admisión en nuestras vidas, donde por decisión propia, caminen con nosotros quienes amamos compartir nuestra completud con la del otro, sin perder lo que nos caracteriza y nos hace únicos…

En mi vereda, les cuento, están quienes aman la audaz locura que nos vacuna contra la mediocridad y nos hace superar el desprecio…
En mis baldosas sólo pisan los que abrazamos el amor que nos inmuniza ante el egoísmo social.
En mi calle caminan quienes amamos la autenticidad que nos da el valor de ser uno mismo más allá de las circunstancias.

Agradezco tener mi vereda claramente delimitada porque si no la tuviera… ¡Ni mi audaz locura, ni mi amorosa autenticidad tendrían donde dejar su impronta ni con quien compartirla!

¡Están todos invitados! Pero…, nunca olviden que me reservo el derecho de admisión a mi vida. El Sr o Sra. Destrato, en mi vereda, ¡ni cabida!